En nuestra experiencia, los conflictos surgen de fuerzas de desintegración que nublan nuestra conciencia y erosionan la vida familiar.. Ante esta realidad, nos unimos a través de vínculos y conexiones, a los que llamamos nexos.
Nuestra ignorancia no radica en la falta de conocimiento, sino en la incapacidad de conectar, comprender y crear nexos entre las distintas áreas de nuestra experiencia. Interpretar, entonces, es conectar lo que parece desconectado, integrando conocimientos, afectos y aspectos de nuestro ser para evitar el engaño, los reduccionismos y la ceguera ante la complejidad.
La familia es un sistema complejo e interdependiente, donde se comparten experiencias, conocimientos, emociones, y heridas. Cada miembro aporta su relato individual, creando un universo que influye en su desarrollo. Lo importante es que, en cada relato, aunque hay aspectos visibles y conscientes, también hay otros invisibles y subjetivos que moldean nuestra forma de ver el mundo y relacionarnos.
Hoy descubrimos la diversidad donde quiera que se fije nuestra mirada y la familia no es la excepción. Son tantos los tipos de familia que su carácter de institución ha perdido algunos rasgos que la sostuvieron estable por mucho tiempo.
La relación entre el sentido de la vida y la conciencia es un tema fascinante y complejo, que puede verse desde diferentes perspectivas. La conciencia es la herramienta que nos permite explorar y definir nuestro sentido de la vida. Sin conciencia, no podríamos reflexionar sobre nuestras experiencias, nuestros valores o nuestro propósito.
La conciencia de los nexos que establecemos a lo largo de nuestras vidas es la posibilidad de conservar, modificar o desmontar las relaciones que determinan nuestra vida. En ese sentido, nuestra conciencia no se limita a los nexos entre lo racional, los pensamientos o actos.
Hemos experimentado de primera mano la fragilidad de los nexos que sostienen nuestra vida y la de la humanidad. Somos conscientes de la constante amenaza de la desunión, representada por guerras y conflictos que desintegran las conexiones vitales entre nosotros, nuestras familias, instituciones y comunidades. Por lo tanto, hemos comprendido la urgencia de fortalecer nuestras fuerzas de asociación, vinculación y amor para prevenir estas fracturas y asegurar una convivencia respetuosa y el bienestar colectivo.
Podría parecer insólito que, para afrontar los conflictos que nos acechan como individuos, comunidades y sociedades, hablemos del amor como una alternativa. Sin embargo, la historia nos enseña que nuestra supervivencia, lo mejor de nuestra humanidad, se debe a las fuerzas de la comprensión, la comunicación, la comunidad y, sobre todo, del amor como sentimiento que trasciende lo individual y que crea lazos de pertenencia, compromiso y responsabilidad consigo mismo y con los otros.